
Podemos orar de agradecimiento, de tristeza o dolor, en silencio o en alta voz, porque de todas formas estamos llamando a la puerta de Dios. Orar es una forma, de las tantas que tenemos, de llegar al espíritu, a los ángeles y que se unan a nuestra petición.
Cuando oramos debemos evitar otros pensamientos que no sean aquellos a los que remite nuestra intención, primero con la mente en blanco, con los ojos entornados y fijando un punto en nuestro corazón, empezamos con voz serena y quedamente, como emitiendo un susurro, despacio, hablando con Dios.
Muchas veces en la vida necesitamos ese espacio de soledad y recogimiento interno. El mundo con sus sociedades y sus voces por todas partes inundan nuestros sentidos y no nos damos cuenta del momento en que podemos estar a solas, para encontrarnos con nuestros recuerdos, con nuestras fantasías, con esos momentos de paz interior. Y orar es darse tiempo en la vida para acomodar las raíces de nuestras fuerzas, porque conecta con la vida misma en su infinita base mayor, la misma que une a todos los seres desde las estrellas hasta la vida invisible pasando por todo lo conocido y todo lo que todavía no hemos llegado a conocer.
Renueva tu alma entonces, date tiempo para decir una oración, conecta tu alma a la sintonía del único canal de Dios. Es el mismo que conduce todos los tiempos y todas las vidas, desde el ancestro desaparecido hasta el ángel que vendrá, porque está presente en tu voz, en tu pensamiento y en tu corazón. Dale a la llave del motor que impulsa tus sueños, gírala despacio, comienza con una oración.
© Miguel Ángel Arcel
http://www.angelred.com/angeles/2009/051009.htm
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© Miguel Ángel Arcel
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