Contador web

domingo, 27 de diciembre de 2009

ORACIÓN PARA SANAR EL ÁRBOL FAMILIAR


Amado Padre, Yo vengo ante Ti como Tu hijo, en la gran necesidad de Tu ayuda. Tengo necesidades de salud física, necesidades emocionales, necesidades espirituales, y necesidades interpersonales. Muchos de mis problemas han sido causados por mis propias falencias, negligencias y pecados, por las cuales humildemente pido Tu perdón, Señor. Pero también pido Tu perdón por los pecados de mis ancestros cuyas fallas han dejado sus efectos en mí, en el cuerpo la mente y el espíritu. Sáname, Señor, de todos estos desordenes.

Con Tu ayuda, con sinceridad, yo perdono a cada uno, especialmente a los miembros vivos o muertos de mi árbol familiar, quienes directamente me han ofendido a mí o a mis seres queridos en alguna forma, o aquellos cuyos pecados han significado nuestros sufrimientos y desórdenes presentes. En el nombre de Tu Hijo Divino, Jesús, y en el poder del Espíritu Santo, Yo te pido, Padre, liberarme a mí y a todo mi árbol familiar de la influencia del demonio. Libera a todos los miembros vivos o muertos de mi árbol familiar, incluyendo a aquellos adoptados, y familiares por extensión de toda forma contaminante de atadura. Por tu preocupación amorosa con nosotros, amado Padre, y por la protección con la sangre de Tu precioso Hijo, Jesús, te pido extiendas Tu bendición sobre mí y mis parientes vivos y muertos. Sana cualquier efecto negativo transmitido a través de las generaciones pasadas, y evita los efectos negativos en las generaciones futuras de mi árbol familiar.

Yo simbólicamente coloco la cruz de Jesús sobre la cabeza de cada persona de mi árbol familiar, y entre cada generación; yo te pido que permitas a la sangre purificante de Jesús, purificar las líneas sanguíneas en mi linaje familiar.

Ubica Tus ángeles protectores acampados alrededor nuestro y permite al Arcángel Rafael, patrono de la sanación, administrar el poder de Tu sanación divina sobre nosotros, incluidas las áreas de incapacidad genética. Da poder especial a los Ángeles Guardianes de los miembros de la familia para sanar, proteger, guiar y fortalecer a cada uno de nosotros en todas nuestras necesidades. Permite que Tu poder sanador sea liberado en este mismo instante, y permite que continúe tanto como Tu soberanía lo permita.

En nuestro árbol familiar, Señor, reemplaza toda atadura por una atadura santa de amor familiar. Y permite que haya una atadura aún más profunda Contigo, Señor, y por medio del Espíritu Santo, con Tu Hijo, Jesús. Permite a la familia de la Trinidad Santa llenar a nuestra familia con su afectuosa, calurosa, amorosa presencia, tal que nuestra familia pueda reconocer y manifestar ese amor en sus relaciones. Todas nuestras necesidades desconocidas las incluimos en esta petición que oramos en el Precioso Nombre de Jesús. AMÉN.

Rev. John H. Hamspsh, C. M. F

Fuente: CEMP Comunidad Evangelizadora Mensajeros de la Paz - Parroquia San Roque

viernes, 18 de diciembre de 2009

Cuando Duele el Alma...

De repente, un día cualquiera uno se despierta, sin deseos de levantarse de la cama, los ojos le pesan y las sábanas son el refugio perfecto. Pero inevitablemente hay que salir, levantarse, y hacer el desayuno. Es un asunto complicado si no hay voluntad para nada, pero lo dejamos pasar como si nada grave estuviera ocurriendo, simplemente no era un buen día.

Sin embargo, otro día se repite la misma historia, pero los síntomas se acentúan, hay una angustia inexplicable y cualquier motivo, por insignificante que sea, es causal de llanto. Ese sentimiento se acrecienta y se hace más fuerte, cada vez se produce con mayor frecuencia y se convierte en una prensa que impide el flujo normal de la respiración. En ese momento todo es color de hormiga y nadie es buena compañía, el apetito disminuye o por el contrario, es insaciable, ambos extremos son un indicio de que las cosas no marchan bien.

Salir a la calle no es la mejor opción, por lo tanto, queda descartada. Las náuseas, dolores de cabeza y el dolor del alma impiden que se realicen a cabalidad las tareas de la vida cotidiana. Sólo pensamientos negativos recorren la mente y la debilidad crece cada vez más. Desde un tiempo atrás la familia y los amigos quedaron a un lado y la soledad es la única compañera. Paradójicamente, en ese estado no se puede convivir consigo mismo.

Se produce un grito desgarrador pidiendo ayuda, advirtiendo que el dolor del alma es intolerable y por lo tanto, perjudicial para la integridad del ser humano. Esta enfermedad mental, cuyos síntomas son dolorosos, es la comúnmente llamada depresión. Muchas personas la padecen, pero pocas piden ayuda. Seguramente en algunos casos hay motivos concretos que llevan a alguien a tanto sufrimiento, en otro no los hay: es la misma persona que tiene su autoestima tan baja y su dolor tan grande que magnifica todo, que tiene miedo, se siente incapaz de ser querida por alguien, y la vez, según ella, es incomprendida por todos.

Hay que saber también que hay varios estados depresivos, varios tipos de depresión, que no a todos les sucede lo mismo y de la misma manera, pero hay patrones comunes, ya que con la depresión se pierde la capacidad para alegrarse y sentir placer por las situaciones cotidianas de la vida. Si pierde la capacidad de hacer proyectos, de planificar un futuro, de sociabilizar, se pierde la voluntad, de ´hacer´. La depresión es un pozo, se va haciendo cada vez más profundo, por eso hay que hacer hasta lo imposible por salir.

Hay que pedir ayuda, hablar, demostrar los sentimientos, sacar a la luz las preocupaciones, angustias y miedos. La ayuda profesional es importantísima, porque le permite ver al paciente lo que sucede desde otra perspectiva, descubrir el por qué y es una ayuda para encontrar una salida. Ayuda a encontrarse consigo mismo, para aprender a quererse, a valorarse, a respetarse y a mejorar la autoestima. No se buscan culpas ni culpables, se ven las responsabilidades.

Los estados depresivos no se pueden manejar sólo con la voluntad, dado que hay tantas negaciones en el paciente que los reproches, las culpas, los miedos, los sentimientos negativos son muchos y a su vez son producto de una historia personal, de una situación actual, de las relaciones familiares e interpersonales.

La terapia se va reacomodando de acuerdo con los pasos que dé el paciente. El proceso no es mágico, se basa en la retroalimentación. Así el paciente y el terapeuta, ambos respetando los papeles que asumen, pueden avanzar conjuntamente, sólo si el enfermo realmente anhela superarse y mejorarse.
Pero la persona depresiva no es la única que sufre, también lo hace su familia y los amigos. La depresión es un círculo vicioso que contagia y aleja a quienes rodean al paciente. Por esto es prioritario pedir ayuda, se puede salir de pozo con el apoyo del especialista. Después de todo será posible volver a encontrar esa persona que se creía perdida, la esperanza siempre está allí y las ganas de vivir también, entonces ¿por qué dejarlas morir?


(Desconozco su autor)

lunes, 14 de diciembre de 2009

Carta a tu tristeza

Hola!

Escúchame. Tengo algo que decirte. Sabes, yo sé lo que te ha pasado. Sé muy bien las cosas que te han herido, sé que una pena lacera tu alma. Conozco la tristeza que muchas veces opaca tu mirada y sé que miras a tu cuerpo como bañado de barro. Puedo verte a punto de tomar decisiones equivocadas, decisiones que sólo conducen a más errores en una larga cadena de sin sentidos. Pero ya es momento de detenerte. No sigas manteniendo la postura del "pobre de mí". Empieza a corregir la dirección con un sentido distinto. La vida es una ruta por la que transitamos haciendo algo con lo que ya hicimos.

Mira, no eres la única persona del mundo a la que le ha pasado lo que a tí te pasó. Los seres humanos en la tierra hemos pasado, todos, por situaciones que jamás hubiéramos querido pasar, y sin embargo, la mayoría hemos elegido levantarnos del desastre o la suciedad y limpiarnos en cuanto la oportunidad se nos presentó. Todos tenemos cosas de las que arrepentirnos, cosas por las cuales sufrimos, eventos que no olvidaremos jamás, recuerdos que evocan tristezas, dolores que afirman nuestra soledad. Todos nos hemos sentido faltos de algo, aún cuando muchos, se supone, han tenido todo. No te equivoques, nadie tiene todo. A todos nosotros y a cada uno nos falta algo que solo nosotros podemos dar cuenta de qué es. Y eso, lejos de menoscabarnos, debería ser el motivo para autocompletarnos. Y al decir "autocompletarnos", me estoy refiriendo a la posibilidad de ser cada uno artesano de su propio destino.

Nadie vivirá mejor tu vida que la encarnación que eres tú. Nadie será feliz por ti, nadie se calza tus zapatos cuando tú estás en ellos. Dos cosas no ocupan el mismo lugar en el espacio. El espacio en el que estás te ha sido dado para que lo vivas y engrandezcas a cada instante. Sólo tú podrás hacer una vida grandiosa en la medida que consideres la grandiosidad de tu vida. Mientras continúes lamentándote e intentando convencer a los demás de la pena que te aqueja será tan solo por la compasión que sientes por tí. Y, sabes, no es buena la autocompasión. Tenemos el deber de ser compasivos con los demás, pero no tenemos el derecho de ser compasivos con nosotros mismos.

Hay gente a la que le han pasado cosas peores, y sin embargo, se han levantado y han podido edificar una pareja, una familia, un pueblo, una empresa, una posibilidad de ser felices... y lo han logrado. ¿Por qué crees tú que no podrás conseguirlo? si lo que te ha pasado debiera ser considerado como un desafío que el universo te ha puesto para que te superes, no para que te hundas en la desesperación.

Empieza por tomar una decisión, decidiendo ahora mismo cambiar aquellas cosas que te afectan en el retraso, en la pena, en los malos momentos. Arregla tus cosas, limpia tu alma y limpiarás tu cuerpo. Recuerda que dos cosas no ocupan el mismo lugar en el espacio. Tu alma y tu cuerpo son una misma unidad. No te lamentes más por aquellas cosas que han pasado, existe un universo entero que quiere verte sonreír, porque con tu felicidad, podrás iluminar con chispas de luz los senderos oscuros que en cualquier lugar podrían estar. Solo eso quería decirte... y además que te quiero mucho.

Miguel Ángel Arcel

jueves, 3 de diciembre de 2009

PARA MAYORES DE 40

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales. ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. ¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos! ¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida! ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡Nos están fastidiando! ¡Yo los descubrí! ¡Lo hacen adrede! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura! ¡Lo juro! ¡Y tengo menos de... años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'. Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡Toooodo! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo? ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos... ¡Cómo guardábamos! ¡Tooooodo lo guardábamos! ¡Guardábamos las tapas de los refrescos! ¿Cómo, para qué? Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡Las cosas que usábamos!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'. Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡ni a Walt Disney!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡Ah! ¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. . Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Eduardo Galeano.

Desde los afectos

¿Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo? Que uno sólo tiene que buscarlo y dárselo. Que nadie establece normas salvo la vida.

Que la vida sin ciertas normas pierde forma. Que la forma no se pierde con abrirnos. Que abrirnos no es amar indiscriminadamente. Que no está prohibido amar. Que también se puede odiar.

Que el odio y el amor son afectos. Que la agresión porque sí, hiere mucho. Que las heridas se cierran. Que las puertas no deben cerrarse. Que la mayor puerta es el afecto. Que los afectos nos definen. Que definirse no es remar contra la corriente. Que no cuanto más fuerte se hace el trazo más se dibuja.

Que buscar un equilibrio no implica ser tibio. Que negar palabras implica abrir distancias. Que encontrarse es muy hermoso. Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida. Que la vida parte del sexo. Que el "por qué" de los niños tiene un por qué. Que querer saber de alguien no es sólo curiosidad. Que querer saber todo de todos es curiosidad malsana.

Que nunca está de más agradecer. Que la autodeterminación no es hacer las cosas solo. Que nadie quiere estar solo. Que para no estar solo hay que dar. Que para dar debimos recibir antes. Que para que nos den también hay que saber como pedir. Que saber pedir no es regalarse. Que regalarse es en definitiva no quererse. Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos.

Que para que alguien sea hay que ayudarlo. Que ayudar es poder alentar y apoyar. Que adular no es ayudar. Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara. Que las cosas cara a cara son honestas. Que nadie es honesto porque no roba. Que el que roba no es ladrón por placer. Que cuando no hay placer en las cosas no se está viviendo. Que para sentir la vida no hay que olvidarse que existe la muerte. Que se puede estar muerto en vida. Que se siente con el cuerpo y la mente.

Que con los oídos se escucha. Que cuesta ser sensible y no herirse. Que herirse no es desangrarse. Que para no ser heridos levantamos muros. Que quien siembra muros no recoge nada. Que casi todos somos albañiles de muros. Que sería mejor construir puentes. Que sobre ellos se va a la otra orilla y también se vuelve. Que volver no implica retroceder. Que retroceder también puede ser avanzar. Que no por mucho avanzar se amanece cerca del sol.

Cómo hacerte saber que nadie establece normas salvo la vida.

Mario Benedetti