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lunes, 9 de noviembre de 2009

Lecciones que nos da la Vida

En la Clínica de un famoso Cirujano Cardiovascular, entra la secretaria y le anuncia que un viejito, muy pobre, deseaba consultarle, recomendado por un médico del hospital público.
-El doctor dice que lo atenderá una vez que haya atendido a todos los clientes particulares o con órdenes médicas.

Después de 2 horas de espera, el médico recibe al anciano y éste le explica la razón de su visita:

- El médico del hospital público me ha enviado a Ud. porque únicamente un médico de su prestigio podría solucionar mi problema cardíaco y en su clínica poseen los equipos necesarios para llevar a cabo esta operación.

El médico ve los estudios y coincide con el colega del hospital. Luego, pregunta al anciano que institución del estado o empresa de seguros le costearía la operación. Este le contesta:

- “Ahí está el problema doctor yo no estoy respaldado por ninguna de estas instituciones y tampoco dinero. Como verá, soy muy pobre y para peor, sin familia. Lo que pido, se que es mucho, pero tal vez entre sus colegas y usted puedan ayudarme…

El médico no lo dejó terminar la frase. Estaba indignado con el colega del hospital. Lo envió de regreso con una nota explicándole que su “Clínica era Privada y de mucho prestigio, por lo tanto no podía acceder a su pedido.” El había estudiado y trabajado duro estos años para instalar su clínica y ganar el prestigio y los bienes que tenía.

Cuando el anciano se retiró. El médico se percató que había olvidado un carpeta con unas poesías y una frase suelta que le llamó mucho la atención. La frase decía:

“El órgano que mejor habla es el corazón” y firmaba Jean Marcel. Esta frase le gustó mucho al médico, pero lo que más le gustó fue el nombre del autor de ella: Jean Marcel. Le hacía recordar su niñez y juventud, pues en la primaria, la maestra les leía sus hermosos cuentos.

En la secundaria, la profesora de Literatura les enseñaba bellísimas poesías y fue con una de ellas que, al dedicarle a una de sus compañeras, se enamoró y esta fue su primera novia.

“¿Como olvidar todo eso si fue parte de lo mejor de su infancia?”

A la semana siguiente, al final de la tarde, la secretaria entró con el periódico vespertino y compungida le dijo al médico:

- Se enteró doctor? Hoy encontraron muerto a Jean Marcel en un banco de la plaza, tenía 88 años el pobre.

El médico suspiró de pena y contestó:

- Hombres como él no deberían morir, que Dios lo tenga en Paz, me hubiera gustado conocerlo.

- Pero, ¿no lo recuerda? -le dice la secretaria- y mostrándole la foto del periódico le dice: era el viejito que vino la semana pasada a consultarle. Era un conocido escritor, solitario y bohemio. No tenía parientes y…..

El médico no la dejó terminar. Le pidió que se retirara y sentándose con los brazos cruzados en el escritorio, lloró y lloró como nunca lo había hecho, como el niño que llevaba escondido en su alma.

Largo tiempo estuvo en el silencio de su consultorio. Luego, que secó las lágrimas de su escritorio, levanto sus ojos como buscando a Dios mientras decía:

- Perdón Señor, no soy digno de ti, no soy digno de que me mires. Todo lo que tengo te lo debo. Me enviaste a un pobre y me habló con la voz del corazón. Yo lo escuche con el oído del egoísmo… mi vergüenza es grande… Perdóname Señor porque no te atendí…

Con el correr de los años, la “Clínica Jean Marcel”, como se llama desde entonces, se hizo muy famosa. El médico habilitó una sección para la atención de los pacientes sin ordenes médicas y él personalmente practica las operaciones.


Es necesario entender que Dios nos presenta la oportunidad de servirle generalmente en las personas mas necesitadas, y que no necesariamente nos vamos a enterar anticipadamente del momento de su visita, ni de la forma o apariencia suya. Esta es la vida realmente, tender la mano al que lo requiere y cuando lo necesite.

Lo otro es encerrarnos en nosotros mismos, pensar solo en lo que nos agrada y ser indiferentes al mal del prójimo, eludiendo así nuestra verdadera vida o responsabilidad.

PERMITIRSE NO ACELERAR

No aceleres la lluvia, ella tiene su tiempo cierto de caer y saciar la sed de la tierra.
No aceleres el poner del sol, él tiene su tiempo de anunciar la noche hasta su último rayo de luz.
No aceleres tu alegría, ella tiene su tiempo de aprender con tu tristeza.
No aceleres a tu silencio, él tiene su tiempo de paz después que los ruidos paren.
No aceleres tu amor, él tiene su tiempo de sembrar en la tierra árida de tu corazón
No aceleres tu rabia, ella tiene su tiempo para expandirse en las aguas calmas de tu conciencia.
No aceleres al otro, pues él tiene su tiempo para florecer a los ojos del Creador.
No te aceleres a ti mismo, pues necesitas de tiempo para sentir tu propio crecimiento.

Autor desconocido

Compartido por Miguel Angel
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