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viernes, 18 de diciembre de 2009

Cuando Duele el Alma...

De repente, un día cualquiera uno se despierta, sin deseos de levantarse de la cama, los ojos le pesan y las sábanas son el refugio perfecto. Pero inevitablemente hay que salir, levantarse, y hacer el desayuno. Es un asunto complicado si no hay voluntad para nada, pero lo dejamos pasar como si nada grave estuviera ocurriendo, simplemente no era un buen día.

Sin embargo, otro día se repite la misma historia, pero los síntomas se acentúan, hay una angustia inexplicable y cualquier motivo, por insignificante que sea, es causal de llanto. Ese sentimiento se acrecienta y se hace más fuerte, cada vez se produce con mayor frecuencia y se convierte en una prensa que impide el flujo normal de la respiración. En ese momento todo es color de hormiga y nadie es buena compañía, el apetito disminuye o por el contrario, es insaciable, ambos extremos son un indicio de que las cosas no marchan bien.

Salir a la calle no es la mejor opción, por lo tanto, queda descartada. Las náuseas, dolores de cabeza y el dolor del alma impiden que se realicen a cabalidad las tareas de la vida cotidiana. Sólo pensamientos negativos recorren la mente y la debilidad crece cada vez más. Desde un tiempo atrás la familia y los amigos quedaron a un lado y la soledad es la única compañera. Paradójicamente, en ese estado no se puede convivir consigo mismo.

Se produce un grito desgarrador pidiendo ayuda, advirtiendo que el dolor del alma es intolerable y por lo tanto, perjudicial para la integridad del ser humano. Esta enfermedad mental, cuyos síntomas son dolorosos, es la comúnmente llamada depresión. Muchas personas la padecen, pero pocas piden ayuda. Seguramente en algunos casos hay motivos concretos que llevan a alguien a tanto sufrimiento, en otro no los hay: es la misma persona que tiene su autoestima tan baja y su dolor tan grande que magnifica todo, que tiene miedo, se siente incapaz de ser querida por alguien, y la vez, según ella, es incomprendida por todos.

Hay que saber también que hay varios estados depresivos, varios tipos de depresión, que no a todos les sucede lo mismo y de la misma manera, pero hay patrones comunes, ya que con la depresión se pierde la capacidad para alegrarse y sentir placer por las situaciones cotidianas de la vida. Si pierde la capacidad de hacer proyectos, de planificar un futuro, de sociabilizar, se pierde la voluntad, de ´hacer´. La depresión es un pozo, se va haciendo cada vez más profundo, por eso hay que hacer hasta lo imposible por salir.

Hay que pedir ayuda, hablar, demostrar los sentimientos, sacar a la luz las preocupaciones, angustias y miedos. La ayuda profesional es importantísima, porque le permite ver al paciente lo que sucede desde otra perspectiva, descubrir el por qué y es una ayuda para encontrar una salida. Ayuda a encontrarse consigo mismo, para aprender a quererse, a valorarse, a respetarse y a mejorar la autoestima. No se buscan culpas ni culpables, se ven las responsabilidades.

Los estados depresivos no se pueden manejar sólo con la voluntad, dado que hay tantas negaciones en el paciente que los reproches, las culpas, los miedos, los sentimientos negativos son muchos y a su vez son producto de una historia personal, de una situación actual, de las relaciones familiares e interpersonales.

La terapia se va reacomodando de acuerdo con los pasos que dé el paciente. El proceso no es mágico, se basa en la retroalimentación. Así el paciente y el terapeuta, ambos respetando los papeles que asumen, pueden avanzar conjuntamente, sólo si el enfermo realmente anhela superarse y mejorarse.
Pero la persona depresiva no es la única que sufre, también lo hace su familia y los amigos. La depresión es un círculo vicioso que contagia y aleja a quienes rodean al paciente. Por esto es prioritario pedir ayuda, se puede salir de pozo con el apoyo del especialista. Después de todo será posible volver a encontrar esa persona que se creía perdida, la esperanza siempre está allí y las ganas de vivir también, entonces ¿por qué dejarlas morir?


(Desconozco su autor)